jueves, 18 de agosto de 2016

El segundo embarazo

Una ruina total, eso es el segundo embarazo. Aún recuerdo (y tengo como cien posts que lo corroboran), la ilusión, las ganas, la inocencia, el relax, el tiempo y la vida contemplativa del barrigón de mi primer embarazo, cuando nos las prometíamos muy felices con la llegada de la Cachorrina; y me doy cuenta de que, salvo en la ilusión, -que nos hace mucha-, no tiene nada que ver este embarazo con el primero.

Que, a ver, no es que me pueda quejar de tener un embarazo malo, ni mucho menos, pero esta segunda vez básicamente te ves más gorda, más torpe y más agotada que con el primero, o al menos ese está siendo mi caso.

En primer lugar, el barrigón hace su aparición en todo su esplendor mucho antes, de hecho yo desde el principio me pensaba que estaba gestando a dos -o siete- cigotos a la vez porque el ritmo de expansión de mis no-abdominales no era normal (para mí, que para la matrona sí, que me tranquilizaba la buena mujer explicándome que con el segundo embarazo la musculatura abdominal ya estaba más distendida y el cuerpo sabe lo que tiene que hacer y se coloca antes).

En segundo lugar, y precisamente porque el barrigón crece antes, son más lo meses que te pasas arrastrando una gigantobarriga por el mundo, empeorando tu postura natural, tu dolor de espalda, tus ganas de ir al baño cada cuarto de hora, tus pantobillos, y como consecuencia de todo ello, tus ojeras.

El caso es que en este segundo embarazo, además, estoy teniendo muchísimas contracciones, a diario tengo varias y algunas fuertes que me dejan clavada en mitad de la calle con la barriga durísima y me obligan a ir caminando como un octogenario con andador. Muy lastimoso todo. De hecho me dio por leer en el blog cómo andaba a estas alturas del embarazo de la Cachorrina y resulta que me iba a nadar una hora y luego a caminar otras dos, y tan fresca, y ahora resulta que si cruzo una calle de cuatro carriles con mis nuevos andares, se me pone el semáforo en rojo antes de llegar al cuarto, me da una contracción y la Cachorrina 2.0 me asesta tres o cuatro golpes mortales para rematarme desde dentro, si no me han atropellado ya desde fuera. Qué ruina más ruinosa.

En tercer lugar, paso los días agotada (supongo que el caloret tiene algo que ver, no todo va a ser culpa del barrigón) y queriendo hacerme la muerta en el sofá sin lograrlo nunca, que la vida contemplativa no es posible con el segundo embarazo porque, como ya saben todas las madres del mundo, en tu vida ya no mandas tú, mandan tus retoños, y la Cachorrina no está por la labor de dejarme poner los pies en alto, pudiendo bailar por el salón, tirarnos al suelo a jugar con la plastilina, cantar delante del espejo como si fueramos Elsa y Ana en Frozen, meternos en la piscina hasta que salimos arrugadas y temblando (no de frío, que de eso en esta isla no gastamos, sino de puro agotamiento muscular), ir al parque a freirnos a 40 graditos de nada, jugar al pilla pilla y al escondite, y esas cosas que le dan emoción a la vida de la embarazada.

Con este panorama, también me veo permanentemente con la sensación de que la Cachorrina 2.0 va a salir antes de tiempo, así que me he puesto a preparar sus cosas con más antelación, ya en la semana 32, no vaya a ser que, con tanta contracción, tanto calor y tanto jaleo aquí fuera, decida que se une a la fiesta primero.

Pero como no todo va a ser quejarse (que mira que me gusta un lamento boliviano), debo decir que me encanta volver a preparar ropita diminuta, y carricoche, y cunita, y pensar que en unas semanas (o en cualquier momento) tendré otra personita chiquitina a la que achuchar, oler compulsivamente, contemplar como si fuera un milagro y de la que enamorarme irremediablemente en cuanto me la pongan en brazos por primera vez. 

Que sí, Claudia, que te esperamos y te queremos, que te debo muchos posts, que no quiero que cuando seas mayor me digas: "Mamá, muy guapo todo lo que escribiste... de Nerea", y que morimos de ganas por conocerte y comerte a besos.