miércoles, 27 de mayo de 2015

5 cosas nuevas sobre la Cachorrina

1. Tengo los rizos de mi abuela Pilar: son caracoles muy pequeños que se rizan y se rizan y casi parece que no me crece el pelo aunque si lo estiras me llegue a la rodilla. Y de tanto rizarse se enreda y se me forman nudos marineros y rastas que ríete tú de Melendi cuando era rumbero. En la guarde me repeinan como una niña de bien que da gusto verme, pero mamá se vuelve loca para desenredarme el pelo y yo me pongo como poseída porque no me gustan los tirones y termino saliendo de casa como la loca de los pelos. Y así todos los días.

2.- Ya sé dar besos de los que suenan, y cuando se los doy a mamá le da la risa y y grita "ay qué besín!!!!" y me achucha, aunque haya estado pataleando durante dos horas. He descubierto que si doy besos de esos a mis papis se les olvidan todas las trastadas, así que estoy aprendiendo a utilizar este nuevo arma a mi favor  (chantajista de manual).

3.- Tras muchos meses de relación cordial, he decidido que ya no quiero volver a ver un puré o papilla delante. Que no, que paso, que te los comas tú, que pimpampumbocadillodeatún, que si tengo dientes será por algo. Donde estén los alimentos enteros, como los comen mamá y papá, no hay comida triturada que valga.

4.- Me sé de memoria y enteritas 3 canciones: "El corro de la patata", "Los pollitos" y "Un barquito chiquitito", y las puedo cantar solas o combinadas y en bucle durante horas. Según mamá no es que vocalice todavía para tirar cohetes, pero el tono y la melodía los tengo grabados a fuego.

5.- Me gustan los aviones, pero me asustan los helicópteros. Es así (n). Lo reconozco: soy muy mía para las aeronaves. Localizo un avión en el cielo en medio segundo, por pequeño que sea, y le digo hola, y adiós, y grito y le tiro besos si es necesario; pero como sienta el zumbido inconfundible de que me sobrevuela un helicóptero, corro a esconderme entre las piernas de papá como si fueran a lanzarme misiles tomahawk o, peor, a mamá, peine y colonia en mano, dispuesta a desenredarme los rizos.

jueves, 21 de mayo de 2015

El pingüino pródigo

Que la Cachorrina tiene mala uva es algo más que comprobado y sufrido por quienes las conocemos. Cuando algo no sale como ella quiere, no obedeces sus órdenes o le concedes todos sus deseos, entra en un bucle de violencia callejera la mar de chungo. Y si osas llevarle la contraria ella contraataca con la primera cosa que se le ocurre. 

En su favor debo decir que tiene buen fondo y después de ponerse echa una furia, cuando se le pasa la rabieta, se queda como arrepentida, te pone su mejor cara de “estoypacomermeabesos”, te regala una caída de pestañas que te deja indefenso y te da unos abrazos maravillosos con sus bracitos regordetes que son de morir de amor directamente. (Chantajista de manual).

El caso es que el otro día, volviendo de la playa, un pingüino de peluche pagó las consecuencias de la ira de la nena, cuando el Cangués la cogió en brazos para llegar a casa porque se estaba entreteniendo con cada piedra, hoja, flor o caca de perro del camino. Se enfadó tanto cuando vio que no podía seguir su paseo porque ya se hacía tarde, que no se le ocurrió mejor manera para entorpecer la maniobra que lanzar al suelo al pobre pingüino. Y lo hizo con tan mala leche que decidimos que ahí se quedaba el pobre animalito.

Es que te mira con esos ojinos...


La Cachorrina puso cara de no entender nada al ver que no nos parábamos y que el pingüino se quedaba tirado en el suelo y dejó de protestar más rápido que inmediatamente. Llegamos al portal y la peque y yo nos metimos en el ascensor, ella en silencio absoluto, mientras el Cangués se escabullía a rescatar al pobre pingüino.

Entramos en casa y al cerrar la puerta la Cachorrina reaccionó y se quedó pegada a la puerta llamando a “inguino-inguino-inguino”, a lo que yo, aguantando las ganas de achucharla porque estaba para comerla con su carita de pena llamando al peluche, le expliqué que el Pingüino no estaba, que ella lo había tirado y que no se podían tirar las cosas porque se perdían. 

El caso es que después de su baño y ya con el pijama puesto, en cuanto tuvo los pies en el suelo, echó a corrrer de nuevo hacia la puerta llamando al “inguino” yo aquí ya moría de amor y pena a partes iguales-, así que el Cangués sacó el pingüino y se lo dio; ella rió, lo abrazó y os juro que le caían las lágrimas no sé si de felicidad de que el pingüino hubiera encontrado la forma de volver a casa, como el Almendro por Navidad, o de pena por haber pagado con él su frustración y haberlo dejado tirado. 

Y la pobre lo abrazaba sin parar y nos lo daba a su padre y a mí para que lo abrazáramos también (ahora mamá, ahora papá, ahora Nerea, mamá, papá, Nerea, mamá, papá, Nerea...,) contentos todos de su regreso. Así que terminamos los cuatro (Cachorrina, Cangués, servidora y pingüino) en el suelo de la cocina abrazados para dar la bienvenida al animalito... Surrealista, sí, pero tannnnnnn bonito. 

La Cachorrina estaba tan contenta con su regreso que casi le tuve que poner su plato de sopa caliente al pobre animal, para compensarle el mal rato.

Debo decir que desde esa noche la Cachorrina duerme abrazada a su pingüino, ése que encontró la forma de volver solito a casa para estar con ella... Así que sí, tiene mala leche, pero ¿es o no es para morir de amor?

miércoles, 13 de mayo de 2015

Estoy criando una trendsetter

Antes de ser madre, una era una loca por la moda: los estilismos, los zapatos, vestidos, bolsos o collares que veía en las tiendas en las que podía entrar mil veces, sólo por el placer de mirar y probar. Ésas en las que con suerte compraba un precioso par de sandalias con taconazo (“estando contigo, contigo, contigo me siento feliiiiz...”). 
Me gastaba un dineral en revistas de esas de 400 páginas de las que 250 son de publicidad de diseñadores que no me podía permitir, pero no me importaba porque Amancio ya se encargaba de acercarnos las tendencias de turno a las comunes mortales.
Leía blogs de moda, me empapaba de desfiles en style.com, guardaba en favoritos las mejores webs de street style y hacía listas interminables (que nunca se hacían realidad, que todo hay que decirlo -vida perra-), de todo aquello que NECESITABA en mi armario para salir de casa esa temporada.

Pero eso era cuando una tenía vida propia, no gobernada por una teniente coronel marimandona de año y medio, y tenía tiempo para pintarme las uñas (todas), salir a tomar unas cañas o sidras con amigos, a cenar o a bailar hasta el amanecer.

El caso es que desde que la Cachorina llegó a mi vida, sigo haciendo todo lo anterior, que una tampoco cambia tanto, … menos lo de comprar y tener vida propia, claro. Ahora sólo compro monisiteces en versión mini para ella y yo me conformo con picar algo de vez en cuando, hacer incursiones tiendiles de menos de 30 segundos -que es el tiempo que tengo antes de que la nena abra probadores ajenos, arrastre percheros o tire al suelo todo el contenido de una mesa-, y pasearme por casa con los tacones olvidados de mi armario, que ya no puedo ponerme porque no son lo más cómodo para correr detrás de la nena por el parque, el carril bici o el pasillo de las patatitas del Eroski (que le gusta un “a que no me pillas”, oiga).

Y como la vida social de una se limita a conversaciones sobre orinales, noches de insomnio y “el mío me da peor vida que el tuyo”, pues termino como una loca demente enseñándole a la Cachorrina las joyas de mi armario o del suyo, que mira que tiene monisiteces diminutas, para quitarme el mono fashion.



Así es como la niña ha aprendido a distinguir perfectamente lo que es guapo (papo, que dice ella) de lo que no, cómo ir molona a la guarde, cómo ser la más estilosa en la lucha por el tobogán y lo que a una le queda divino para salir a perseguir palomas por el puerto o a tomar un zumo de piña con gusanitos en una terraza. Y he ahí un nuevo germen de conflicto, porque la teniente coronel Cachorrina, con sus apenas 5 minutos y medio de vida ya quiere escoger lo que se pone. Y si pretendes llevar la a la escoleta con unos playeros del súper en lugar de sus Nike molones (monones, que dice ella), te grita, patalea, se tira al suelo como poseída por el espíritu de una maruja en la puertas de El Corte Inglés el primer día de rebajas, y directamente te lanza los playeros nuevos a la cara como si le pareciera un insulto salir con éso a la calle. 
Y lo mismo si se te ocurre ponerle el lazo amarillo a juego con la camiseta, cuando claramente se ve que lo que le pega es la flor blanca de lunares azules, que ahora lo que se lleva es el mix and match  y combinar estampados  y colores imposibles, como Olivia Palermo o las editoras de revistas en la semana de la moda de París.



Y así, ahora resulta que la Cachorrina quiere ser trendsetter (o marcar tendencia, para que nos entendamos), y desde ya mismo he sido apartada sin miramientos como estilista, -que se ve que hasta la nena se ha dado cuenta de que hace mucho que no salgo-, y ahora ella decide qué ponerse para ir “puapa”.

Sólo de pensar en lo que nos espera, me entran sudores fríos, se me multiplican las canas y mi piel pierde elasticidad y firmeza a pasos agigantados. Y éso no hay mix and match que lo arregle.

Imágenes vía Pinterest.